Yo, el viejo Tcheng, no intervengo para mantener, modificar o cambiar el curso de las cosas siguiendo los deseos del espíritu singular (mente ordinaria). Ni exceso de cuidado ni rebeldía, solo la acción adecuada. Si me comporto de una manera diferente con ustedes, cráneos rapados, es para que al fin se atrevan a ver el espíritu original directamente por sí mismos en lugar de buscar siempre por intermedio de nobles gallardos ya muertos o al frecuentar a aturdidos como yo. Mi estilo propio es sacudiros como el viento al arbusto de la montaña. Al hacerlo, rompo todos vuestros puntales y quedáis completamente desamparados, sin nada de que agarraros. Pero como socavo todas vuestras pequeñas seguridades y os llenáis de pánico, decís, para tranquilizaros de nuevo, que yo peco contra la Ley y las conveniencias y que no soy más que un vil blasfemo. Así continuáis agarrados desesperadamente a la apariencia y a lo accesorio en lugar de dejarlos partir sin tratar de retenerlos.
Como mis palabras no tienen eco en vosotros, si les doy un giro, entonces decís que vienen de un
famoso gallardo muerto siglos atrás. No comprendéis tampoco que ellas os conciernen de manera directa en lo inmediato. Al contrario os consideráis como algo precioso, digno de conservar y cultivar. Cráneos rapados, aferrados a tales futilidades, desperdiciáis vuestras vidas en vano y la evidencia del espíritu original se os escapa. ¡Qué triste naufragio el vuestro!
Las palabras del viejo Tcheng
Voces de montañas y ríos
Boletín de la Fundación para vivir el Zen
www.fundacionzen.org
Nº 10, octubre 2006
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