El último Camino es simple y fácil, y, sin embargo, profundamente hondo. Desde el principio no tiene escalones, se levanta como un muro de un kilómetro de alto y se llama el forraje básico. Así se sabe que los antiguos budas realizaban esta enseñanza con el silencio.
Pero hay discípulos que no quieren dejarlo así, y mucho menos si entran en lo maravilloso y buscan lo misterioso, hablan de la mente y disertan sobre la naturaleza, con las camisas sudadas y pegadas al cuerpo, incapaces de quitárselas, porque aún parecerían más decrépitos.
El ejemplo de los primeros fundadores del zen fue excepcionalmente asombroso. Las estrategias prácticas de los maestros clásicos fueron inmediatamente liberadoras. Como dragones a la carrera, tigres corriendo, como la tierra girando y los cielos dando vueltas, en todas las circunstancias dieron vida a la gente, sin arrastrar lodo ni agua.
En cuanto penetran el definitivo punto de la verdad, desde tiempo inmemorial, los que han alcanzado la gran iluminación han sido rápidos como halcones, ligeros como buitres, volando con el viento, deslumbrando bajo el sol, rozando con sus espadas el cielo azul.
Penetrad directamente a través de la libertad y hacedlo de modo que no haya la más ligera obstrucción en ningún momento, veinticuatro horas del día, con la realización impregnando en todas las direcciones, hacia arriba y hacia fuera, que capture y libere, sin ocupar siquiera el nivel de la sabiduría, y aún menos permaneciendo en la corriente ordinaria.
Entonces el corazón será claro, comprenderá el presente y el pasado. Si recoges una brizna de hierba, puedes utilizarla para el cuerpo de Buda; si tomas el cuerpo de Buda, puedes utilizarlo como brizna de hierba. Desde el principio no hay superioridad ni inferioridad, codicia ni rechazo.
Es sencillamente una cuestión de estar vivo para afrontar la situación: algunas veces hay que apartarse del mundo pero no de la persona; otras hay que apartarse de los dos, y en otras ocasiones no hay que apartarse de ninguno de los dos.
Trascendiendo la convención y la secta, absolutamente claros y libres, ¿cómo es posible desear hacer caer a la gente, darles gato por liebre, hacerles dar vueltas, hacerles descarrilar? Es necesario llegar a la realidad y enseñar lo fundamental de cada uno, que es independiente y natural, que no posee nada en absoluto, que es
una gran liberación.
Yuan-Wu, Engo en japonés (1063-1135), Las cinco casas del Zen, traducción de
Thomas Cleary, pp. 79-80, Los libros de integral, Barcelona, 1998.
Fonte:Voces de montañas y ríosBoletín de la Fundación para vivir el Zen - Nº 12, diciembre 2006 – enero 2007www.fundacionzen.org